Por Daniela Cantoli
La famosa película “Una mente brillante” relata la historia de John Nash, el matemático estadounidense que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994 por sus aportes a la teoría de los juegos y los procesos de negociación. El muestra las dificultades que Nash debió afrontar en su camino al éxito, en el cual padeció esquizofrenia y distintos trastornos para las relaciones sociales como consecuencia de su carácter retraído y ermitaño.
La batalla interna de este gran hombre y sus dificultades para el trato con otras personas se ven allanadas una vez que descubre sus limitaciones y decide enfrentarlas. El autoconocimiento, pieza clave de la inteligencia emocional, sirve a Nash como herramienta para controlar su enfermedad y ganar el respeto de sus colegas y alumnos.
La primera conclusión que podemos deducir de esta experiencia es que la inteligencia emocional es fundamental para ejercer el liderazgo. El conocimiento técnico de un líder resulta insuficiente cuando no se conoce a sí mismo y tiene problemas para interactuar con las personas a las que debe conducir.
La inteligencia emocional es la esencia del liderazgo del siglo XXI. Los grandes referentes de la actualidad son aquellos que buscan el diálogo y tienen espíritu conciliador, que desarrollan la empatía y están al servicio de sus equipos, que impulsan el desarrollo humano y promueven liderazgos horizontales. En sintonía con los postulados de Daniel Goleman, los líderes emocionalmente dotados reúnen cinco cualidades básicas: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. Son verdaderos Chief Emotional Officers.
En el ámbito de las pequeñas y medianas empresas, el liderazgo en muchos casos todavía tiene una impronta vertical, en la cual las decisiones son tomadas en la gerencia, que define una estrategia y la comunica de arriba hacia abajo. Esta tendencia también se percibe en las estructuras jerárquicas de las empresas familiares. Los líderes intentan fundamentar la autoridad en sus capacidades técnicas, pero fallan a la hora de comunicar sus decisiones a los empleados y no los hacen partícipes de ellas.
En este sentido, proponemos algunas acciones para ejercer un liderazgo ‘emocionalmente efectivo’ y más horizontal en la pyme:
1| Proponer una comunicación más abierta e inclusiva: abrir distintos canales como desayunos de trabajo, reuniones periódicas o herramientas que actualicen los flujos de información internos y las novedades de forma continua.
2|Desarrollar acciones de capacitación y desarrollo para retener al personal y jerarquizar a la empresa como empleadora para nuevos talentos.
3|Conocer individualmente a cada empleado mediante evaluación de competencias y encuestas de satisfacción.
4|Aplicar técnicas profesionales para el armado de equipos y la evaluación de cuadros de reemplazo.
5|Elaborar planes de carrera conjuntos con el empleado y hacerlo partícipe de las propuestas de mejora en su trabajo y los procesos generales de la empresa.
Como vemos, la inteligencia emocional no solo es una cualidad que se desarrolla individualmente, sino que puede trasladarse a grupos de trabajo mediante iniciativas concretas para reforzar los vínculos y la cohesión de los equipos. Quienes así lo entienden corren con una luz de ventaja en un mundo en el que el capital humano es considerado el valor diferencial de las empresas.
Autora Daniela Cantoli, directora de Cantoli & Asociados
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