Tienen placa en la puerta de su despacho, pero no son considerados ni respetados como líderes, porque hay una vida paralela que los ignora. Algunos son verdaderos incompetentes que han llegado donde no debían y se aíslan y parapetan tras una corte de sumisos.
En Filipinas hay una especie de cangrejos que crece trepando por las paredes de las casas. Pasan su vida subiendo y subiendo, hasta que no queda más pared... y caen. Esta vida simple de cangrejo trepador que acaba en frustración se puede asimilar a la anodina existencia de oficina de algunos jefes –con cargo y placa en la puerta del despacho– que sufren la indiferencia y la falta de reconocimiento de sus equipos. Jorge Cagigas, socio de Epícteles, explica que en Filipinas, por este efecto cangrejo, “se tiende a ignorar a aquellos mandos que han promocionado sin merecerlo. La creencia popular es que no es necesario hacer absolutamente nada, porque ellos solos terminarán por caer”.
José María Gasalla, profesor de Deusto Business School, afirma que “la cuestión es que muchos han llegado donde no debían, y el problema es que, cuando se alcanza un nivel de incompetencia, la tendencia es a parapetarse para que los demás no se den cuenta. En estos casos deja de fluir la comunicación, y ésta se produce sólo de arriba hacia abajo. Los empleados cumplen lo suficiente, pero en este entorno no fluye el talento. Algunas personas, al tener a un incompetente como jefe deciden convertirse en súbditos del mediocre. No aportan demasiado a la organización y extienden la mediocridad por toda ella”. En ciertos casos, la gente empieza a funcionar sin estos mandos incompetentes. En esta especie de ninguneo se crean redes paraleas al jefe. Normalmente, quienes se rebelan contra ese jefe inepto sólo tienen dos opciones: crear esa red alternativa que funciona sin tener en cuenta al superior o irse de la compañía.
Gasalla cree que en la mayoría de las ocasiones, los jefes incompetentes están demasiado ocupados prestando toda su atención a los sumisos y pelotas, con lo que no tienen tiempo de preocuparse por las redes paralelas que surgen a su alrededor, y éstas siguen funcionando.
Ovidio Peñalver, socio de Isavia, explica que “el perfil del jefe que lo es pero en realidad no pinta demasiado se da sobre todo en grandes empresas en las que se aparca a ciertos directivos en cementerios de elefantes. Antes se les mandaba fuera como expatriados, pero ahora esto no resulta tan fácil”.
Se tiende a que los jefes manden en la medida en que sus equipos los aceptan como tales.
También se da en organizaciones multinacionales de origen anglosajón, sobre todo cuando resulta imposible o inapropiado rebajar de categoría a un mando. Entonces se le aparca en un puesto o unidad sin equipo, en departamentos y con funciones sin contenido. Se le da un cargo inverosímil, como director de desarrollo de liderazgo o de gestión del cambio... Peñalver aclara que “esto suele ser transitorio y normalmente son amortizados y terminan por ser despedidos”. José María Gasalla añade que “con frecuencia estos jefes incompetentes tratan de controlar todo porque no confían en sus colaboradores. Este tipo de líderes suele tener un concepto de sí mismo, una autoestima y una autoeficacia muy bajos. Se trata de personas que tienden a cerrarse y a buscar una guardia de corps que les proteja”.
Ovidio Peñalver asegura que, “psicológicamente, la situación de estos mandos ninguneados resulta demoledora. Es común que desarrollen cuadros de ansiedad, estrés o síndrome de burn out. En realidad, te pagan por una categoría profesional que no ejerces y con falta de contenido. Además, esto impacta en el clima laboral de toda la compañía”.
No a los grandes ‘killer’ y sí a los líderes que obtienen el compromiso de su equipo.
Para el socio de Isavia, “lo que motiva a alguien con responsabilidad es diseñar una estrategia, coordinar recursos y personas, y visualizar un reto. Tener galones y no poder usarlos es frustrante”.
Jorge Cagigas recuerda que “este tipo de jefes reciben de la organización un poder de ley, pero no de facto, porque son otros los que mandan realmente en la compañía. Suele ser alguien que, por la razón que sea, no consigue formar grupo, o no logra que su equipo lo considere o lo respete”. El experto se muestra convencido además de que, “los mandos lo son en la medida en que sus equipos los aceptan y reconocen como tales. Gana peso la autoridad frente al poder. En cierta medida, son los subordinados quienes deciden la continuidad del superior”.
También ganan terreno las habilidades relacionales frente a las competencias técnicas. Eso sí, con un equilibrio, ya que no puede ser que alguien sea muy ducho en la relación pero no consiga resultados. Cagigas dice “no a los grandes killer y sí a los líderes que consiguen el compromiso de su equipo y le dan un sentido al trabajo. Son jefes con empatía capaces de saber cuáles son las inquietudes y objetivos de los demás. Hay que conocer la razón de ser del trabajo de cada uno para que cada persona aporte lo mejor”.
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