Por: Juan José Lopera
Hace poco, en medio de una intensa y comprometida sesión de coaching ejecutivo, uno de mis clientes me decía algo muy poderoso: Juan José, en los momentos difíciles, la pasión no es suficiente, si no está sostenida por un claro sentido de utilidad profunda, de misión y propósito, la pasión se quiebra ante los fracasos.
Profundas palabras. La pasión tiene un claro componente emocional. Es equivalente a motivación, ganas, gusto, interés e inclinación y desde allí tiene connotaciones emocionales poderosas. Muy cierto, pero la naturaleza emocional es de por sí inestable, caprichosa, enfocada en las propias necesidades y en lo inmediato… No es un azar que en muchas culturas, los aspectos emocionales del ser humano se asocien a las aguas, al océano, fluctuantes e intrínsecamente impredecibles. Esas aguas deben fluir por cauces adecuados.
¿Cuántas veces comenzamos un camino, un gran proyecto, inundados por la ilusión y la esperanza y en el proceso, tras algunos reveses y dificultades, esa pasión se convierte en desaliento, decepción y, eventualmente, resentimiento? ¿Cuántas veces, en nuestras propias empresas, asistimos a un evento motimotivador, un vivencial de fin de semana y, hacia el final de la semana siguiente, esa motivación, esa fuerza, ese entusiasmo adquiridos, se han diluido en el fragor de las exigencias cotidianas?
La pasión no es suficiente. La motivación sola no se sostiene. El sentido de propósito, de misión y eventualmente la visión como logro y dirección son el cauce mental y la mirada de largo alcance que conducen esas aguas al océano del resultado, que nos recuerdan, en los momentos de desmotivación y desinterés, para qué será útil la perseverancia, el esfuerzo, el tiempo y la energía invertidas en su proyecto.
Es por eso que, al igual que en los procesos de construcción de identidad corporativa y consolidación de cultura a nivel de las organizaciones, a nivel personal es fundamental reconocer qué es aquello que en el fondo da sentido a nuestras vidas, a nuestro trabajo, lo que constituye nuestra razón de ser y de estar en el mundo.
Cuando conocemos nuestros talentos como indicadores de un campo de acción en el que podemos dar lo mejor de nosotros mismos y ser excelentes, cuando sabemos cuáles son nuestros motivadores esenciales (qué nos importa, qué nos gusta, qué nos atrae, con qué soñamos) y los reconocemos como impulsores y creadores de bienestar y satisfacción en desarrollo de nuestro proyecto de vida y cuando tenemos claro el propósito de lo que hacemos y para qué lo hacemos, sabremos hacia dónde vamos, con qué herramientas contamos y descubriremos cómo, a través de nuestras actividades cotidianas, personales y laborales, iremos construyendo de manera sólida y sostenible una obra de arte: Nuestra propia vida, coherente y poderosa.
El proyecto de vida es un vector de fuerzas que nace del encuentro de dirección que marcan los talentos, la pasión y la misión. De la claridad que tengamos en cada uno de estos tres aspectos, dependen su poder y sus alcances.
Autor Juan José Lopera Presidente de Distraining
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