Una de las ilusiones más importantes que casi toda familia, núcleo social y/o cultural ha alimentado a lo largo de décadas, puede encontrarse en la práctica, consciente o no, de pedir un deseo.
Prácticamente todos hemos elevado en algún momento nuestro pensamiento a la nada, o a aquella entidad etérea representada en eso que creemos existente o en aquello en lo que deseamos no creer, y hemos pedido, cual si fuésemos escuchados, que algo que queremos profundamente ocurra: El empleo de nuestros sueños, el crédito bancario, el billete de lotería… que esa persona especial voltee y fije su mirada en nosotros. Lo que sea. Es difícil imaginar que alguien jamás haya deseado algo hasta el punto de pedirlo en silencio con la esperanza de que tal vez así se cumpla.
Pero desear no es suficiente. Esperar que las cosas pasen tampoco lo es. Cuando es así, cuando sólo se espera que la fortuna se manifieste se debe estar consciente de que lo que ella nos traerá no será necesariamente lo que soñamos. Quino hace una excelente representación de este planteamiento en Mafalda, cuando en una de sus historietas muestra a Miguelito esperando sentado en la calle a ver qué le trae la providencia y sólo recibe una hoja seca. ¿Es esto lo que queremos?
No obstante dejar de desear es también una utopía. Imaginar que se puede recorrer la vida sin poseer deseos, por más descabellados que estos sean, es simplemente antinatural e inhumano. Necesitamos desear pero a la vez tenemos que impulsar la operacionalización de ese sueño.
En el mundo empresarial soñar está representado en la visión y la operacionalización de ese sueño está presente en la misión, metas y objetivos. Pero es en el trabajo constante y bien hecho que se encuentra la materialización de lo que se desea. La lección es sencilla, hay que trabajar por lo que se quiere.
Lo anterior representa una de las disyuntivas más grandes de la humanidad porque no siempre lo que uno quiere es lo que hace y no siempre lo que uno hace es lo que uno quiere. Las necesidades y las obligaciones se imponen usualmente frente a nuestros sueños y al final pareciera que lo único que quedara libre de todo esa cruel realidad es simplemente soñar y desear.
Pero no es así. Simplemente no lo es. Lo que ocurre es que nos aferramos a los dogmas y reglamentos con los que hemos crecido debido a ese sentimiento, también ancestral, de la seguridad y la estabilidad y olvidamos por completo que el único límite que realmente poseemos es aquel que nos auto-imponemos. ¡Nosotros mismos evitamos que nuestros sueños y deseos se cumplan porque no creamos circunstancias que así lo permitan!.
Las empresas crean sus circunstancias. Observan el mercado. Observan a los competidores, clientes y proveedores. Observan los gastos e inversiones y procuran escuchar a los asesores y consultores para orientar sus esfuerzos al éxito.
Nosotros por nuestra parte, trabajamos día a día haciendo exactamente lo mismo, hablamos con nuestros amigos y compañeros del trabajo, el deporte, el sexo opuesto y una que otra trivialidad y, aún cuando usualmente obviamos los elementos que deberíamos observar para alcanzar el éxito y nuestros sueños, esperamos que la fortuna nos sorprenda sin razón hoy, mañana, en navidad o en día de Reyes, cuando sólo se puede cosechar lo que se siembra y si no se ha sembrado nada tal vez recibamos una hoja seca como el personaje mencionado de la caricatura de Quino.
Es inevitable soñar, desear e incluso hasta cruzar los dedos de vez en cuando esperando que las cosas ocurran como quisiéramos que pasaran. Y eso es bueno. Pero al hacerlo tenemos que recordar lo que tantas veces nuestros familiares, seres queridos, amigos o allegados nos decían acerca de cómo lograr que Santa Claus, El niño Jesús o los Reyes Magos nos cumplieran el deseo: Debíamos ganarnos tal premio. De chicos es fácil, solo teníamos que ser niños, estudiar y no generar daños colaterales. Pero en la madurez nuestros sueños dependen de todo cuanto hacemos, decimos, producimos o eliminamos. Dependen más de nosotros que de cualquier otra cosa en el universo.
Por lo tanto tenemos que recordar esta frase: para vivir un día como reyes debemos trabajar un año como esclavos.
Atención, entiéndase bien, lo anterior no quiere decir que debemos haber pasado por humillaciones, castigos inmerecidos ni nada que degrade al ser humano. Se refiere principalmente al trabajo arduo, al sentido de humildad, a mantener la esperanza puesta en el objetivo y, sobre todo, saber que cada día vivido es un día ganado. El resto depende de nosotros.
Autor Felix Socorro
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