lunes, 30 de abril de 2012

Qué debemos cambiar o quienes debemos cambiar?






por Josep M. Lozano
Hemos llegado a un punto en el que me temo que la pregunta ya no es qué debemos cambiar sino quienes debemos cambiar. Y la respuesta es: nosotros. Ahora bien, ¿cómo debe ser este cambio? Como nunca me ha gustado dar consejos ni decirle a la gente qué tiene que hacer, permitidme que, simplemente, glose cuatro afirmaciones ajenas.
Pocos hombres desean la libertad, la mayoría sólo quieren un amo más justo (Salustio). Aquí radica probablemente uno de nuestros problemas: lo que buscamos ante las incertidumbres que vivimos es un amo mejor. Con el nombre que tenga: un líder, una teoría, un maestro religioso, una creencia, una causa, una organización, un chivo expiatorio… lo que sea, pero que nos libere de la incertidumbre y nos dé seguridad y direccionalidad, aunque sólo sirva para saber quién tiene la culpa, de todo. No fuera que perdiéramos confort y cobijo vitales. ¿Y cuando ha sido confortable, la libertad?
Mucha gente se plantea cambiar el mundo, pero poca gente se plantea cambiar ella misma (Tolstoi). Hacía tiempo que no percibíamos por todas partes esta intensa necesidad de cambio. Sin embargo, resulta fantástico constatar que cuando hoy se habla de cambio siempre se habla de los cambios que han de hacer… los demás. Cuando oigamos alguien que habla de que hay que gestionar o impulsar cambios, ¡huyamos a toda prisa!… porque el interfecto prentenderá adaptar o forzar todos los cambios de acuerdo con sus criterios, objetivos y necesidades … incambiables, por supuesto. No digo que no haya que cambiar el mundo, claro está. Pero sí que el test para todos los que son genéticamente cambiadores es éste: no podemos aspirar a cambiar el mundo si no cambiamos nosotros mismos, no cambiaremos nosotros mismos sino aspiramos a cambiar el mundo.
Sé el cambio que quieres ver en el mundo (Gandhi… según parece). Es decir, un recordatorio paraa Tolstoi: el cambio no sólo hay que planteárselo, sino serlo. Difícilmente lo seremos si no nos lo planteamos, por supuesto. Pero plantearse eternamente las cosas es entrar definitivamente en el reinado de lo gaseoso. No esperes: empieza. ¿Cuántas veces, si manifestáramos nuestras críticas al mundo mundial y a lo mal que va todo todo y a la incomensurable crisis de valores que sufrimos mirándonos en el espejo en lugar de mirar a los demás no llegaríamos a la conclusión de que la diferencia entre el mundo que cuestionamos y nosotros es simplemente de escala?




Un problema no puede ser resuelto en el mismo nivel de conciencia en que fue creado (Einstein). Algo que a menudo olvidamos, aunque lo constatamos cada día. Es más: lo que habitualmente no estamos dispuestos a emprender es cualquier camino que nos lleve a un cambio de conciencia. Y claro, sin un cambio de conciencia la mayoría de las dinámicas problema-solución se convierten bucles, círculos viciosos en los que nos eternizamos: estamos rodeados por “soluciones” que no son más que analgésicos hasta que los problemas retornan. Estamos tan obsesionados en no empeorar que ya no nos quedan energías para mejorar. Hoy, la servidumbre voluntaria ya no remite a un dueño al que nos sometemos de buen grado, sino a un nivel de conciencia con el que nos hemos identificado. Y quizás lo que ha sucedido no es que nos hayamos pasado de frenada, sino que nos hemos equivocado de dirección.
¿Quién debe cambiar? Nosotros. Hacia una mayor libertad, hacia una mejor identificación de los cambios que necesitamos, hacia una menor resistencia a los cambios que necesitamos, hacia un nuevo nivel de conciencia, hacia…
AutorJosep M. Lozano
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