Durante el tiempo que dura la formación, Leopoldo Abadía se convierte en el hermano mayor de sus alumnos; diamantes en bruto que requieren de sus habilidades joyeras para sacarles el máximo brillo, oculto tras la sombra de unos padres brillantes.
Sus tareas se extienden desde la teoría de la economía hasta los consejos para escoger el traje que llevar para una reunión importante, y su forma de hablar es la misma que usa para formar: directa y con ejemplos prácticos.
Todo comenzó en 1988 cuando un empresario, presidente de una gran empresa familiar, le propuso preparar a su hijo, el hereu (heredero, en catalán), para entrar en IESE. Al enterarse de que el joven solamente tenía el título de COU y ninguna formación universitaria, Abadía le informó de que sería imposible su ingreso en la prestigiosa escuela de negocios y se ofreció a formarlo para heredar la empresa. Desde entonces más de 100 herederos de las más importantes empresas familiares españolas han pasado por la escuela de Abadía única en el mundo, donde hay diez profesores por alumno. Según Abadía, se trata de “un programa de formación individual personalizada llevada al fundamentalismo, donde cada alumno tiene un plan personalizado, adaptado a su ritmo y necesidades”. Un programa donde su carisma es el valor añadido que une todas las piezas y garantiza el éxito. Él lo define como “una consultoría mediterránea donde el método es importante, pero no lo fundamental”.
¿Cómo surgió la idea de crear la escuela para herederos?
Con el primer caso sabía que no podíamos ponerle a estudiar, ni darle teoría, así que creamos un programa de aprendizaje que consistía en que, en lugar de que nosotros enseñáramos, él aprendiese. Que lo decisivo fuera más su actitud que la nuestra.
El hecho de que no pudiera ser cuestión de impartir teoría ni de simplemente ponerse a estudiar libros significaba que el profesor debía ser distinto y que el método tenía que ser el del caso. Los casos son instrumentos que sirven para que la persona se ponga en marcha y aprenda. Son siempre descripciones de una empresa real que plantea una serie de situaciones sobre las que hay que tomar decisiones. En un curso se trabajan una media de 130 casos y el alumno aprende a tomar decisiones sobre las situaciones reales, acompañado por un profesor especialista.
¿Cómo funciona el proceso de evaluación?
Desde 1988 han pasado unos cien alumnos por la escuela. La mayoría de estos chavales tiene la capacidad de estudio dormida y hay que ponerla en marcha muy despacio: lo suficientemente rápido para que estén motivados y lo suficientemente despacio para que puedan ir avanzando. Y hay un momento en el curso en el que el mecanismo comienza a funcionar bien: es a partir del tercer mes cuando el programa engrana y el alumno se siente confiado con el sistema.
Durante todo el proceso yo les aporto a los padres muchos informes sobre el progreso formativo de su hijo. Todo se basa en la confianza. Para muchos de ellos yo soy la última oportunidad.
¿Cuál es su secreto?
¿Mi secreto?…El cariño.
¿Y este secreto tiene un precio?
Hace un par de años, mientras negociaba con un cliente, éste me dijo: “¡Oye, esto es caro!”, y yo le contesté que eso costaba mucho, pero que no era caro: costaba mucho esfuerzo y dedicación. Le ofrecí dejar todo el material y los contactos de todos los profesores para el curso. Lo pensó por un instante y me dijo “No. Hay algo más”. Ese “algo más” es lo que yo ofrezco.
Una vez dijo que “detrás de cada persona siempre hay un diamante: sólo hay que investigar cuál es la especialidad de cada uno y dirigirlo hacia aquello que se le dé mejor”. ¿Cómo reconoce cuál es la especialidad de sus alumnos?
Siempre hay una. Las personas que están en esta situación son gente que por un lado tiene seguridad económica y por el otro, falta de formación. Entonces, mientras les voy conociendo, voy viendo su orientación profesional.
¿Siempre parte de la disposición del hijo?
Sí. Si el alumno no quiere, no hay nada que hacer.
¿Ha habido casos que no ha podido aceptar?
Sí. Casos como el de un chico que cada vez que íbamos a hablar del curso me recibía en un bar con un whisky en la mano.
¿Qué importancia tienen los valores y la cultura familiar en la formación de los herederos? ¿Le ayuda conocerlos en su trabajo?
Siempre. Sin ello no me puedo formar la imagen correcta de la persona.
¿Cómo ayuda a los futuros herederos a desarrollar el espíritu emprendedor?
Los hijos de empresarios tienen cabeza de empresario. No les falta el espíritu emprendedor. Solamente lo tienen dormido. Son personas que asumen riesgos porque eso es lo que han vivido toda la vida y lo tienen asumido como algo natural.
¿Todo viene de la familia?
Efectivamente. Pero una cosa que sí que he notado es que los componentes del Consejo de Familia que no trabajan en la empresa muchas veces no entienden de los temas de la empresa.
¿Cómo despierta la autoestima de estos jóvenes que muchas veces se sienten asombrados por sus padres?
Con cariño. Voy paso a paso hasta que el alumno se siente cómodo con el aprendizaje.
¿Cómo sabe que ha llegado el momento de “la separación”?
La separación no suele ser muy dramática. Tras terminar las clases teóricas nos mantenemos en contacto unos meses más para comentar distintos temas. Pero ya, poco a poco, el alumno comienza a estar más pendiente de la dinámica y del día a día de la empresa que de mí. Y ya está.
¿Cuál es el consejo más valioso que le ha dado su padre (Leopoldo Abadía profesor de IESE y autor del libro La crisis Ninja)?
Mi padre nunca me ha dado ningún consejo. Mi padre es como aparece en público y simplemente siendo como es me ha dado consejos toda la vida. Es lo que me hacía decirme a mí mismo: “Yo quiero ser así”. Pero quizá lo más importante ha sido su disponibilidad permanente. Somos doce hermanos y ha habido años en los que mi padre ha tenido que coger 200 vuelos, pero siempre ha estado disponible para nosotros.
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