miércoles, 27 de junio de 2012

El líder






Mucho se ha hablado sobre cuál debería ser el estilo ideal de dirección. ¿El autocrático, paternalista, burocrático, democrático? A estas alturas de la película, la mayoría de los mortales conocen que no existe un estilo ideal, y que, en el caso de existir sería una combinada mezcla de los estilos mencionados anteriormente.
También es evidente, que pocos son los directivos que tienen capacidad y voluntad para aplicar esta maravillosa combinación. Como digo, no es cuestión de disponer de conocimientos teóricos, sino de voluntad de aplicarlos.
El arte de dirigir no es una cuestión de matemáticas o de aprender cómo funciona el Plan General Contable. Dirigir eficientemente implica voluntad y deseo de aplicar lo aprendido y efectuar un cambio, si cabe, en nuestros patrones de dirección.
Tener interés por nuestros empleados, interesarnos por sus deseos, necesidades, aplicar la empatía, ser flexibles, escucharles, motivarles, etc. Todo eso, no se podrá conseguir si no tenemos la voluntad de provocar el cambio, por mucha teoría que conozcamos.
El estilo ideal, es aquel que se adapta a cada empleado. No podemos aplicar para todos el mismo estilo. El liderazgo situacional; dirigimos en función del individuo y de la situación.
Y tampoco, deberemos utilizar para un empleado, siempre el mismo estilo. En alguna ocasión, un trabajador preferirá un estilo democrático y tal vez, en otras ocasiones tendremos que utilizar un estilo más paternalista.
Ahí reside la habilidad del líder en reconocer qué estilo utilizar en cada momento.
Es el jefe quien debe estar al servicio del equipo y no a la inversa. Este “nuevo” paradigma, rompe con muchas estructuras mentales establecidas hasta la fecha, pero nos ayuda a comprender, que en la medida en que seamos capaces de satisfacer las necesidades de todos los componentes del equipo, los resultados serán mayores.
Todavía, en la actualidad, son muchos los directivos que no consideran prioritario el ocuparse de su equipo. O confunden en qué consiste ocuparse de su equipo.
Ocuparnos de nuestros colaboradores implica interesarnos por su motivación, fortalecer la cohesión dentro del equipo, no tratar como simples medios a las personas que lideramos, estar próximo a los empleados, ser percibido como uno más dentro del grupo, etc..
Un jefe no es un líder. El jefe es quien ejecuta lo que el líder ha planificado. El líder es quien marca la ruta. Es un gestor de oportunidades.
Es fácil ser jefe, pero difícil llegar a ser líder. Muchos altos ejecutivos, simplemente tienen el poder formal, cedido por la organización, pero no tienen el poder que le otorga el equipo. El verdadero líder consigue “hacer”, no por la autoridad formal que posee, sino por la autoridad que le otorgan sus “seguidores”.
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